miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL VUELO NUTRICIO

 Seguía las evoluciones del insecto con un detenimiento obsesivo: la polilla, aleteaba en derredor a un sweater de pura lana.
 Parecía degustar esa ingesta textil como por anticipado, como si en sus vuelos exploratorios, hallara un grato pregusto del objeto de sus devaneos.
 Él, percibía en esa minúscula criatura alada, una instintiva búsqueda de satisfacción, de autogeneración de estímulos, si se quiere, de creación de un contexto degustativo que superaba la mera absorción del alimento. Esa polilla, iba a cebarse en las hebras esquiladas a la oveja, con sus sentidos excitados como para que el acto nutricio resultara una celebración de su corta vida, una apoteosis trascendente.
 ¿Este bicho ya habrá copulado?..., se planteó el hombre observador, lamentando su desconocimiento en cuestiones entomológicas.
 Tampoco sabía si la polilla era macho o hembra; pensó que quizás las diferencias se establecerían en el modo de volar, de todos modos, para él era algo indiscernible.
 A pesar de su ignorancia general al respecto, estimó que podrían existir señales a detectarse olfativamente, a los fines de que los individuos de distinto sexo, se encontraran en la vastedad del aire para consumar la fecundación.
 Consideró que quizás esta polilla buscaba en la lana, una fuente de vigor que le permitiera ejercer el acto reproductivo con mayor solvencia.
 En este caso, aventuró el hombre, seguro que es un machito preocupado por su desempeño.
 Como en un parpadeo mental, sospechó que la polilla se aproximaba a la categoría de bicho gourmet, que enriquecía la actividad biológica de la alimentación con el aditamento del deseo.
 ¿Estoy loco?..., se interrogó en silencio.
 Sabía que la respuesta era afirmativa: estaba loco y recién salía de una sesión de electroshock; una más, de las que se repetían constantemente, como terapia recetada, en los años que llevaba internado en el Borda.
 Sonrió, pensando que esta práctica "terapéutica", hacía lustros que lo preservaba de los resfríos comunes.
 Locura..., dijo a viva voz, en la soledad de ese cuarto de paredes acolchadas..., el camino más alto y más desierto.
 Sintió que estar solo era algo más que hallarse sin compañía..., era como si una estructura invisible lo comprimiera hasta focalizarlo en un punto flotante en el vacío, desde donde podía observar todo despojado de obstáculos.
 ¡Soy Jacobo Fijman, poeta demente!..., gritó, sabiendo que sus palabras solo eran alaridos de hospicio, intraducibles aullidos de orate que suponía tener algo que decir;  llegado el caso, así profería sus poemas abismales, en otros tiempos, ponderados por Leopoldo Marechal y Natalio Botana.
 Recordó cuando su padre, en el lecho de muerte, exhibió la reluciente manzana que sería el único bien que le legaría a su progenie.
 Ese fue el momento en el que Jacobo Fijman lloró. No eran las acuosas lágrimas del pusilánime, eran las del insano, que proclamaba su identidad allende los recursos institucionales aplicados a acallarla.
 Quizás, pensó, lloro porque no poseo una manzana lustrada con aceite, para que la hereden los hijos que no tuve ni tendré...
 También, porque creí conocer a Dios que en su silencio me hablaba...y hoy me olvida abandonado en esta cárcel de carne y palabras, que es mi presencia.
 Otra vez, la polilla revoloteaba junto a la prenda de lana..., aunque el hombre sabía, que lo que lo cubría era un chaleco de mangas anudadas a la espalda y en ese ámbito, además de su persona, solo estaba el aire del loquero.
 Pero él la vio abandonar el sweater agujereado, como percutido tras una depredatoria pulsión de supervivencia..., mientras ahíta de fibra textil, buscaba  una congénere para acoplarse en la libertad del vuelo.
 Jacobo Fijman giró la cabeza. Debía tranquilizarse, hacer un esfuerzo por aplacar las imágenes que visualizaba.
 Recordó que esa exuberancia mental, le generaba una irresistible necesidad de verbalizarla, con el resultado de que los celadores apelarían a manguerearlo con agua helada.
 Se quedó tranquilo, pensando que en un rato lo sacarían de ahí...., para volver a empezar.
 Comenzó a escribir un poema en su cabeza, con consonantes cerebrales y vocales entrelazadas en un ejercicio de redención imposible.


                                                                   FIN

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